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Las Leyes de Dios
Las Leyes indican las normas a seguir por los espíritus encarnados durante su trasegar por el plano terrenal, para obtener su evolución, encontrando el camino de retorno.
Las Leyes de Dios las traemos en nuestras conciencias inscritas indeleblemente.
Todos las conocemos, todos las sabemos, todos sabemos cuando las estamos infringiendo, pues producen en nosotros lo que llamamos “cargos de conciencia”. Todos tenemos que cumplirlas hasta en sus menores detalles.
Las Leyes de Dios son inmutables, permanentes e inamovibles, exactas y perfectas y justas.
La justicia divina establece las Leyes más no las impone. Cada cual las toma, las desglosa y las practica en la medida de su evolución y de su deseo de limpieza y perfección.
Cada uno es su propio ejecutor, cada uno es su propio fiscal de sus actos y cada uno es su propio juez. Es así como funciona la Justicia divina.
Es cierto que son Leyes inmutables, pero también son elásticas y adaptables, esto no es un contrasentido sino una demostración del amor del Padre, por nosotros.
Si juzga más la intención que los hechos, El lo que puede hacer, porque El todo lo sabe, no lo podemos engañar, como lo hacemos con la justicia terrenal.
En la medida que vamos practicando las verdaderas Leyes de Dios, vamos evolucionando y dejando sin piso las leyes terrenales, porque se va alcanzando la perfección y ya las Leyes de Dios desplazarían las leyes terrenales y se entraría en el reino del amor, porque hacia allá apuntan todas las Leyes.
Dios nos impone las Leyes, nosotros en la medida de la comprensión y el entendimiento vamos acogiéndonos a ellas, vamos sometiéndonos a ellas, cuando después de muchas oportunidades, nos negamos y entramos en el rigor de los efectos.