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La Rueda Oscura
La historia del Espíritu humano comenzó hace miles y miles de años, tantos que no pueden contarse, tantos como sean posibles en la inmensidad del Universo donde el tiempo simplemente no existe. Ese día glorioso, ÉL, el que lo es todo, decidió prolongarse para dar paso a su mayor creación, su mejor invento, la más sublime y hermosa realización: El Espíritu Humano. Le trasmitió su sabiduría, su bondad, su capacidad de crear y de amar, todo ello impreso en una fina y palpitante “Partícula de Luz”.
Pero aconteció que en aquel universo sin límites y sin tiempo, la necesidad de Evolucionar se impuso sobre el estatismo de los espíritus sumergidos en aquellos sublimes estados de gracia divina, y el Supremo Creador nos trajo al plano físico, debidamente dispuestos en naturaleza humana. Los espíritus deberían pasar por experiencias humanas, las cuales les darían el grado de conciencia suficiente para seguir su avance y llegar a movilizar las estrellas. Sólo una condición había sido impuesta por nuestro Padre: “El retorno a su núcleo creador se daría cuando la intensidad luminosa de ese espíritu fuese superior a la original, teniendo, por ende, mayor fuerza y sabiduría, como testimonio de la prueba superada en un plano denso y difícil como la Tierra.”
Así, los espíritus, movilizando materias humanas, comenzaron a trasegar por el plano terrenal. Pero lo que ocurrió después fue dramáticamente entorpecedor para nuestra anhelada evolución. Lo que ocurrió después es algo que cada uno de nosotros tiene grabado en su libro de cuentas espirituales, es, en verdad, un momento gris, un momento donde se pierde el rumbo, donde se firma la sentencia de sufrimiento, donde el pasaporte de retorno se torna pesado y brumoso, y se establece el primer ciclo de aquella cadena sucesiva de cruzadas y cruzadas, sujetas todas al movimiento circular de esa rueda oscura y temida del karma o Ley Divina de la Causa y el Efecto, en un sin fin de giros, en lo infinito, en la misma eternidad de la Evolución Espiritual, dentro del plan supremo de Dios.
Hoy, miles y miles de años después, no queda más que preguntarnos, qué ocurrió, qué pasos nos desviaron en aquel camino que se veía tan claro, como fue que nos perdimos tanto, por qué no supimos escuchar la voz de nuestro Padre que clamaba nuestro pronto regreso. Qué nos atrapó ¿Acaso el resplandor falaz de los tesoros y vanidades de la Tierra? ¿Tal vez los tentáculos sensuales de nuestro propio apego hacia los poderes y amores del mundo? ¿Quizás la densidad estéril de nuestro mismo egoísmo nos convirtió en estatuas de sal? El caso es que a miles y aun millones de años de haber asumido mente y materia de vida para evolucionar espiritualmente en este plano de dolor y miseria, seguimos prisioneros de nuestras propias culpas, perdidos frente a una absoluta verdad divina, y a estas alturas, todavía mentalizados con la tesis materialista de que todo empezó al nacer en esta y única cruzada y, por lo mismo, que todo ha de terminar con la muerte.
Y aquí estamos, generaciones después de aquel día gris, con una cruz a cuestas, una cruz que nos pesa, una cruz que nadie puede cargar por nosotros, una cruz que es grande o pequeña, que es pesada o liviana, según lo ganado en otras existencias, una cruz que debes cargar con dignidad y con amor, pues es tu lección y tu misión. Hoy, después de tanto trasegar, después de tanto dolor engendrando por nuestras propias actuaciones, no queda más que preguntarnos, qué sigue, será que nuestros espíritus seguirán pagando con dolor sus culpas, será que desean seguir girando en esa rueda oscura de karmas, o será que ya están cansados y quieren romper aquel circulo vicioso para siempre. Pero el hecho de seguir o no amarrado a esta rueda kármica, solamente depende de nuestra propia conciencia ante la eternidad en la que nos contenemos como espíritus. Soy yo, en el ahora mismo de esta cruzada en la que transitoriamente existo, quien debo parar o al menos no agregarle más giros a la rueda oscura. Soy yo, y sólo yo, quien debo asumir en plena conciencia, que ha llegado la hora de dar un paso adelante y salir del círculo de horror y de vergüenza en donde he estado atrapado por tanto tiempo.