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La Voz de la Luz

De la misma manera que toda entidad humana, en su contexto social, requiere un medio comunicante para interactuar en el plano físico, desarrollando debidamente sus funciones básicas de amor y hermandad, de educación y trabajo, los espíritus, de suyo más aguzados en inteligencia y, por ende, mejor estructurados en términos de sabiduría y especialmente sometidos a procesos de evolución más elevados y brillantes que los dables al hombre en su elemental condición humana, necesitan imperativamente un lenguaje y sus correspondientes mecanismos de transmisión a fin de integrarse unos con otros, independientemente de que se hallen encarnados o no. Y, de la misma forma que los humanos someten el ejercicio de la comunicación a códigos dimensionados en gestos y palabras, los cuales, a su vez, son susceptibles de ser traducidos a signos escritos y líneas de dibujo, y todo ello es englobado en disciplinas como la gramática, la oratoria y el arte gráfico, la palabra de los espíritus se presta a rigores formalmente establecidos para efectos de compresión y belleza, en modelos de fuerza y claridad, incluso de poesía, cuyo comportamiento en general, con sus particulares fórmulas y elementos de expresión, se rige dentro del orden del espiritismo.

El espiritismo es consubstancial al hombre, por la misma naturaleza divina que le confiere dimensión espiritual a este. Así, desde que la criatura humana radica en la Tierra, su capacidad espiritista, al natural, se expresa y desarrolla como virtud de comunicación para efectos de evolución o involución, de la misma manera que el hombre, a nivel humano, se comunica para ganar o perder, avanzar o retroceder, en cualquiera de los planos de su desempeño como persona. De modo que la ley de la dualidad también actúa dentro del campo espiritista, para bien o para mal.

De un lado se define como espiritismo terrestre o de la faz, cuando se aplica al servicio de la oscuridad, dígase magia negra, hechicería o simplemente espiritismo experimental o lúdico, igual al que se usa con la tablas, cartas, péndulos y demás elementos de rito, siendo el más popular de todos los tiempos, el de las clásicas mesas espiritas, en las que los espíritus, convocados o no, se manifiestan mediante golpes o movimientos, de algún modo codificables por las técnicas del caso.

Es importante anotar que, independientemente del espiritismo negro utilizado concretamente para convocar espíritus de ultratumba y tranzar con ellos componendas de perjuicio para la vida en el plano terrenal, aquel que se practica de forma abierta en plan de explorar experiencias aparentemente inocuas, como establecer comunicación de afecto con el espíritu de algún muerto familiar o propiciar influencias acerca de un evento de salud o fortuna, invocando la intervención de un santo o un mago cualquiera, resulta muy peligroso, por cuanto, sin los debidos controles en el propio campo donde se mueven las fuerzas del mal, ello se presta para que espíritus impostores, totalmente ajenos a la citación del caso, converjan allí con sus propias cargas de oscuridad, a veces desarrollando simples travesuras de envidia o burlería o, en el peor de los casos, generando situaciones de posesión diabólica, trastornos mentales y otros males.

Tenemos, en cambio, que del lado blanco se genera, en verdad y transparencia, el espiritismo astral. Este está regido por leyes y códigos sólo conferidos y controlados por entidades de luz, reinantes en los planos astrales. Es, ciertamente, el espiritismo de la luz, abismalmente opuesto al de la faz de la Tierra. Se trata, de hecho, del único procedimiento espirita que permite comunicación en vivo, limpia y segura, con espíritus de la Altura Celestial, como Ángeles, Arcángeles y Maestros, en circuitos debidamente vigilados por guardias espirituales, en procura de fijar niveles de alta seguridad, frente a la siempre pulsante infiltración de las entidades impostoras, desde los planos de las profundidades oscuras, y, por lógica llana, sólo opera para propósitos excelsos de adelanto espiritual, en la vida y en la muerte, por cuanto sus beneficios no están circunscritos a los espíritus encarnados, sino que a través de la intervención de estos mismos, aquellos espíritus desencarnados, en cualquier grado de relación, se pueden ver favorecidos acerca de las futuras condiciones para su propios avances en los planos de encarnación. 


En la práctica del espiritismo astral, el medio comunicante se registra en vivo, realmente en estado palpitante y en fase absoluta con la naturaleza humana involucrada en ello, a través de la parlancia del médium del caso, con el léxico y/o acebo intelectual del mismo, mas no con la esencia espiritual de la palabra, como tampoco con su ritmo y textura tonal, al grado que resulta factible, determinar, en el contexto intrínseco de la voz invisible, diversas particularidades sicológicas, culturales y hasta históricas, propias de la entidad hablante, cuando, si es el caso, estuvo encanada en alguna época definida. La parlancia espiritista astral, al contrario de la terrestre, no se violenta en nada, ni ocurre en campo diferido. Es más, al hallase conectada, en directo, mediante energía vibratoria de consistencia astral, al canal parlante del caso, ello ocurre en tal grado de vivencia pura, que la voz de la luz, de hecho, a cargo de un Mensajero Celestial, prospecta y dimensiona en tiempo actual, en el ya mismo de la palabra, el estado del mundo y el hombre, dentro del marco vivo de la perspectiva de Dios en el hoy supremo, eliminando el trámite obtuso de trasegar en páginas muertas de libros remendados o amputados al criterio cambiante de cada época, el pulso cierto de las Leyes, Planes y Presupuestos Divinos, en el día a día. De modo que la palabra viva de la luz, a través del proceso espiritista de parlancia astral, es, en todos los tiempos, el único monitor sonoro, donde se puede vivenciar la palabra suprema del Padre Celestial, debidamente reflejada en la voz viviente de sus Mensajeros, sin trascender este plano, sin conquistar la santidad, sin, ni siquiera, salir en astral, mediante procedimientos mágicos.