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Las Otras Guerras
Desde tiempos ancestrales han existido las guerras en este plano terrenal, guerras por conquistar tierras, mares, oro y petróleo. El hombre en sus diferentes existencias se ha encontrado de frente con la frialdad y la crueldad de la guerra. Entonces, al vivir en la superficie o en la médula misma de los acontecimientos, le ha correspondido asistir a la pelea del hombre por el hombre, diezmando poblaciones, desatando dolor y hambre a diestra y siniestra, acallando voces de dignidad, mutilando sueños de grandeza, robando risas y esperanzas. Pero paralela a la guerra de los pueblos que se da en el mundo exterior, existen las otras guerras, aquellas batallas invisibles que se dan en dimensiones mucho más profundas y sensibles. Son los conflictos internos, aquella lucha entre evolucionar y estancarse, entre avanzar y retroceder, entre aprender y bloquear la adquisición del conocimiento que proporcionan las experiencias humanas del día a día. Estos dilemas muestran la dualidad de este plano, pues la misma existencia humana oscila entre dos caminos: aquel sendero que nos conduce de retorno a nuestro origen y aquel otro, que bajo el influjo de las fuerzas involutivas, nos desvía y aleja de nuestra verdadera misión como espíritus encarnados.
En esa lucha interna participan varios actores: el espíritu, el periespiritu, la mente y la materia. Pero, cuál lleva el control. Cuál es la entidad que toma el mando, entre estos elementos que se entrelazan de manera extraordinaria. De qué manera se enfrentan y entretejen las fuerzas de la luz y de la oscuridad para mantener al individuo suspendido entre los extremos antónimos de la existencia humana.
El espíritu es aquella chispa radiante que reside en el corazón de cada ser humano, es aquella partícula divina que anhela desesperadamente la luz, la evolución y el retorno al origen: es lo que le proporciona al hombre la conexión directa con el Creador. Pero el espíritu, al tomar materia en dimensión humana, se ha cargado de sombra, por efecto del comportamiento equivocado de esta misma, frente a las Leyes Divinas dispuestas en la Tierra para cada Era y Generación, lo cual lo condiciona, una y otra vez, a regresar a este plano de castigo y aprendizaje, a purificarse en el sufrimiento y avanzar en el entendimiento de su propio papel como criatura divina.
Un segundo y tercer elemento de estas luchas internas; es el conjunto materia-mente. La materia es el vehículo, el santuario, el templo que alberga al espíritu. La materia es pasajera, pertenece a este plano, por tanto al finalizar cada cruzada la materia vuelve a la tierra, se funde en el plano al que pertenece, lo que no sucede con el espíritu que viene del infinito y que tiene el don de la inmortalidad. Y es en la materia donde, precisamente, se reflejan muchos de los cobros a que se hace acreedor el espíritu por las faltas cometidas en el ayer, cobros que se dan a través de las enfermedades, de las malformaciones genéticas, a través de los achaques y las insuficiencias que sufren los armajes.
Pero la materia se encuentra ante el influjo de la mente, en ella se plasman todos los miedos, los deseos, las ambiciones, los egos y los apegos, es como una cinta en donde se van guardando todas aquellas vivencias y proyecciones que hace el entorno sobre el ser humano. En esta sociedad, es la mente la que domina las acciones, una mente materializada y metalizada que ambiciona poder sin importar el precio, que se entrega sin medidas a los placeres terrenales, que le rinde pleitesía a este plano. Es la mente la que entorpece a los espíritus en su búsqueda y no permite que el ser humano interiorice, haciéndole creer que a su alrededor están las respuestas y las llaves de su felicidad, mientras olvida que los grandes secretos de la naturaleza sólo son develados cuando se busca adentro y que la verdadera felicidad sólo puede proporcionarla el contacto con la luz y el despertar de la conciencia.
Pero, por qué la mente toma el control? Responder a este cuestionamiento trae a escena un cuarto elemento: el periespíritu, aquella unión entre el espíritu y la materia. El periespíritu es la envoltura etérica que sigue la forma del armaje humano y que actúa como una esponja, en donde las fuerzas contrarias e involutivas se adhieren, el periespíritu es motivado por espíritus ambulantes, burleteros y ociosos, por cobradores espirituales que sustentados en la Ley de la Causa y el Efecto colocan cargas de dolor físico o pesadumbre anímica sobre la materia, entonces, al bajar la guardia, el periespíritu permite que la mente tome el control, mientras el espíritu yace carcelero en una materia controlada por una mente materializada y corroída por las ansias de poder y de riqueza, que sólo busca la doblegación del espíritu ante la materia, para impedirle y dificultarle el camino hacia la luz.
La dinámica del plano coloca al hombre ante diferentes situaciones y escenarios, en las que muchas veces es la mente y las necesidades corporales las que llevan el control. Cómo hacerle entender a la mente y a la materia que es necesario ayudarle al espíritu y no ir en contra de sus intereses. Hemos olvidado que el hombre fue colocado en este plano para tener experiencias humanas, para buscar el perfeccionamiento del espíritu, es alrededor del espíritu que debe girar la vida, no alrededor de algo tan efímero y pasajero como el armaje, pues no se tomó materia para complacerla, se tomó materia para limpiar el espíritu.
Muchos pensadores han considerado que la dualidad del ser humano se compone de una naturaleza material-corporal y otra espiritual. A la material la han asociado con el mal y a la espiritual con el bien; ha de tenerse en cuenta que no se trata de diferenciar una parte buena y otra mala o ambas confrontadas entre sí. La mente y la materia no son malas en sí mismas, son sus fines los malos o los buenos. No podemos pensar que el conjunto mente–materia es perverso, por cuanto está dando la oportunidad al espíritu de evolucionar y de limpiarse. La situación perfecta en la que mente, materia, periespíritu y espíritu estén direccionados hacia la luz, es hoy el gran reto que se plantea, pues solo de esta forma podremos superar nuestros defectos y limitaciones, quitar las capas que nos mantiene atados a nuestro pasado y avanzar placidamente por aquella escala dorada y gloriosa que marca la evolución de los espíritus.