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Buscando Respuestas
Hace muchos años, en un lugar muy lejano de cualquier parte, a la derecha del sol y entre viejas montañas azuladas, existió un hombre ambicioso y con la obsesiva fijación de ser el único dueño de una mina de diamantes, deseo que invadía su mente de día y de noche y por el que estaba dispuesto a pagar cualquier precio. Un día cuando el viento soplaba con gran fuerza y las hojas de los árboles se balanceaban al compás del susurro de la brisa, aquel hombre decidió lanzarse a conquistar el mundo, viajar a partes distantes en busca de aquella mina de diamantes que le daría la felicidad. Así que dejó todo y se lanzó a la aventura, anduvo por pueblos, llanuras, valles y desiertos, rastreando cada pista, cada señal que pudiera revelar la existencia de ese tesoro. Pero todo fue en vano. Derrotado decidió volver a su tierra; su aventura le había quitado su dinero, su fuerza y la esperanza de ser feliz; sólo le quedaban los recuerdos y decidió entonces revivirlos y hacer un recorrido por su antigua morada. Una inesperada sorpresa le quitó el aliento: el nuevo dueño de la casa ahora era el único propietario de una destellante y espléndida mina de diamantes, que encontró en el jardín de la propiedad, que unos años atrás le había comprado a cierto hombre, sometido a la rara obcecación de dejarlo todo para conquistar el mundo, en busca de la felicidad.
Esta historia, aunque en su forma, es trivial y simple, encierra una profundidad que invita a reflexionar sobre todo aquello, que, cruzada tras cruzada, hemos buscado afuera, olvidando que las respuestas siempre están en nuestros adentros. Y es que buscamos viajar, anhelamos volar, ir a las profundidades de los mares y salir del Planeta; entonces construimos grandes máquinas que viajan por tierra, agua, aire y hasta llegamos a construir cohetes y caminar estremecidos por la superficie plateada de la Luna, -si es que alguna vez sucedió-, como si nuestro espíritu a través de la facultad del transporte, no pudiese llegar en menos de un segundo a planos lejanos y desconocidos por nuestras mentes llanas. También ambicionamos poder, entonces buscamos subyugar a pueblos enteros, olvidando que el verdadero poder yace en nuestros corazones, como resultado del amor y la transparencia de nuestros pensamientos y acciones. Anhelamos descubrir los misterios de la Tierra, saber que hay más allá de este plano, conocer el significado de Dios, entender el concepto de la muerte y de la vida, y buscando las respuestas correspondientes, nos inventamos las religiones y las sectas, olvidando que nuestro espíritu es poseedor de una gran sabiduría, olvidando que Dios no puede explicarse, sólo sentirse. También queremos ser eternos, entonces buscamos el elixir de la vida en las plantas, en la medicina, en la hechicería, ignorando, que nuestro espíritu siempre ha vibrado impreso en la dulce melodía de la eternidad. También aspiramos a ser únicos, reconocidos y aclamados por las masas, desconociendo que todo ser humano lleva una chispa radiante en su corazón y que por ende es la más hermosa y sublime de las criaturas que el Padre ha creado, y cuyo valor dimensionado en Luz, sólo es medible y accesible a galardones bajo los propios sensores de Dios. Siempre buscamos afuera, entonces veneramos la materia porque situamos en ella la explicación de algunos misterios, mientras las respuestas terminantes, las de piso en la Verdad Suprema, se refugian y palpitan en nuestro interior, como aquella mina de diamantes que siempre ha estado en el jardín de nuestra casa, aunque sus destellos aun no logren ser descifrados por nuestros ojos extraviados y obnubilados por los espejismos de la Tierra